


RECORRIENDO LAS ALTURAS
Llevados por la pasión, el deseo y el deber emprendemos viaje en busca de un encuentro con María Camila Correa, e integrantes de su Fundación Juvenil. Todo empieza temprano, el grupo aborda un Jeep entre risas y conversaciones vanas, yo los sigo motorizado, de la autopista nos desviamos, entre el sol, la vista plagada de verde y un aroma a aventura llegamos a una pequeña casa, el Jeep se detiene, todos bajan, se aglomeran y murmullan, luego de unos minutos llega quien esperábamos, se presenta ante todos, excepto ante mí, yo solo observo desde la distancia como la aventura empieza tomar forma.
Todos abordan y emprendemos un recorrido ascendente de unos cinco Kilómetros, al son de las rocas crujientes bajo mis neumáticos observo un bonito mirador con finos acabados en madera, plagado de ilustraciones e información de la zona, el Jeep se detiene y retrocede unos metros confirmando mis sospechas, lo que acababa de presenciar era la primera muestra tangible del impacto social de la Fundación Juvenil en la zona. Es allí donde recopilamos material por primera vez, María Camila nos concede una entrevista explicándonos sus procesos y como a través de contrataciones con el estado, la Fundación ha logrado la construcción de puntos de información en los miradores aledaños. Jugando con la bipolaridad del clima y algunos turistas muy colaboradores, el equipo logra varias tomas de apoyo antes de continuar el viaje.
Unos tres Kilómetros de recorrido pasando por algún mirador más, algunas fincas y una vista sensacional llegamos a una edificación de propiedad de la CARDER, comemos y bebemos, es hora de dejar las ruedas y los motores atrás, ahora emprendemos una caminata ascendente, como todo en ese lugar, cuesta arriba, con morral y equipos al hombro iniciamos recorrido, con María Camila al frente, se nos va despertando la curiosidad al ver el verde, escuchar el cantar de los pájaros y sentirnos alejados del cemento y las bocinas, entre risas y múltiples paradas para grabar y recopilar audios del lugar, se nos explica las labores de conservación que realiza la Fundación en colaboración con la CARDER, sin dejar que la presencia de una culebra o la alta sensación térmica nos detenga, avanzamos poco más de un kilómetro hasta una carretera que parecía más un pedregal con una inclinación impresionante, y justo después, la cima.
Una vez en el pico procedemos al plato fuerte del día, la entrevista, desplegamos equipos, ajustamos detalles y consensuamos un encuadre, cuando todo está listo la directora pronuncia la palabra mágica, “Acción”. Empiezo a cuestionar a María Camila desde mi papel de entrevistador. Ella inicia contándonos sus motivaciones, poco a poco, las preguntas la van abriendo y empieza a soltar prosa, no adecuada a parámetros de belleza narrativa ni cuentos de hadas, sino, relatos sinceros y contestaciones precisas de sus intenciones como líder de un grupo de chicos, de sus logros y metas para el futuro y sobre todo, de lo sorpresivamente eficaces que pueden llegar a ser las iniciativas que surgen de la nada. Con un tono tranquilo va arrasando, despejando todas las dudas y vacíos derivados de las preguntas, como si de alguna manera, la constancia y tenacidad fueran siempre acompañadas por la pasividad y la inocencia, de pintar fachadas a proteger el bosque; hasta contratar obras públicas con el estado. En este punto mi escepticismo empieza a tambalear, hasta creo que los propósitos de estos jóvenes son algo más que un intento por cambiar el mundo y luchar por una causa perdida, me doy cuenta que de una u otra manera, las consecuencias de el accionar de este grupo de chichos se ve reflejado no solo en la zona que procuran proteger y mejorar sino en ellos mismos. En una de sus líderes como María Camila, se denota un alto nivel de armonía y sensatez, quizás sea el prologando contacto con la naturaleza o la persecución de una causa noble lo que transforma a las personas, las convierte en seres destacados que de manera inexplicable irradian una energía positiva y a los que estamos alrededor nos contagia de coraje, incluso nos llevan a tener eso que las multitudes llaman fe.
Luego de un descenso hasta un pequeño caserío llamado la Unión y el consumo de nuestros alimentos, nos dirigimos a una gran finca, allí conocemos a dos de los integrantes mas añejos de la fundación, Jonathan Suárez y Angelica Becerra. Como es ya costumbre, nos acoplamos al lugar y realizamos dos entrevistas procurando el hermoso paisaje de fondo. Mientras entrevisto a Angelica y a Jonathan me doy cuenta que mi teoría era cierta, puedo notar en ellos rasgos similares a los de María Camila, con su manera de describir los hechos reflejan la armonía que comparten los integrantes de la fundación, o por lo menos los más antiguos, en medio de sus respuestas pronuncian una palabra clave, “familia”, nos describen al grupo o voluntariado como una familia, en medio del atardecer y la cálida brisa, comprendo que la fuerza vital de la causa es precisamente su carencia de recompensas materiales, ninguno de sus integrantes recibe un pago o una bonificación, ninguno se ha hecho famoso con sus labores, pero aún así invierten su tiempo y energía en una causa, sin esperar nada a cambio, porqué los motiva algo más que un bien o un reconocimiento, los mueve el deseo genuino de transformar, de sentirse vivos, de convertirse en pilar de uno de esos grupos de obstinados, que pretenden cambiar el mundo y que de vez en cuando lo logran.
Crónica escrita – Marlon Andrés Flórez
Febrero 2020
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